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  :: 2 versiones sobre el orígen de la Medalla :: 1: envidia entre 2 monjes y 2 : la brujería no pudo con la Medalla :: 21-11-2024 17:32 (UTC)
   
 

Origen y difusión de la Cruz y Medalla de San Benito

Más arriba decí­amos que no se puede demostrar que la Cruz y Medalla de San Benito se remonte hasta el mismo Santo. Su difusión comenzó a raí­z de un proceso por brujerí­a en Baviera, en 1647. En el lugar de Natternberg, unas mujeres fueron juzgadas por hechiceras, y en el proceso declararon que no habí­an podido dañar a la abadí­a benedictina de Metten, porque estaba protegida por el signo de la Santa Cruz. Se buscó entonces en el monasterio y se encontraron pintadas representaciones de la cruz, con la inscripción que ya conocemos, la misma que acompaña siempre a la medalla. Pero esas iniciales misteriosas no podí­an ser interpretadas, hasta que, en un manuscrito de la biblioteca, iluminado en el mismo monasterio de Metten en 1414 y conservado hoy en la Biblioteca Estatal de Munich (Clm 8201), se vió una imagen de San Benito, con esas palabras. Un manuscrito anterior, del siglo XIV y procedente de Austria, que se encuentra en la biblioteca de Wolfenbüttel (Helmst. 2°, 35) parece haber sido el origen de la imagen y del texto. En el siglo XVII J. B. Thiers, erudito francés, la juzgó supersticiosa, por los enigmáticos caracteres que la acompañan, pero el Papa Benedicto XIV la aprobó en 1742 y la fórmula de su bendición se incorporó al Ritual Romano.

En el siglo XIX se dio un renovado fervor por la Cruz-Medalla, desarrollado en Francia por el celo de Léon-Papin Dupont (1797-1876), llamado el santo hombre de Tours. Hombre muy fervoroso, con muchas relaciones en los medios eclesiásticos y dotado de gran generosidad y caridad, difundió la devoción por la Santa Faz, y también propagó el uso de la medalla de San Benito. En la obra ya citada de Dom Guéranger se refieren gracias y milagros atribuidos a la invocación del Santo y a la medalla. La primera edición del escrito del abad de Solesmes data de 1862, pero es anterior, de 1849, una obrita del abad de San Pablo extramuros, D. Francesco Leopoldo Zelli Iacobuzzi (1818-1895) (16), la cual, fue publicada en francés por la iniciativa de Dupont y Dom Guéranger empleó en su propio trabajo. En ella, el autor, que fue uno de los que encarnaron los esfuerzos de reforma monástica en su patria, hace la historia de la medalla, acudiendo a distintos autores, y con ella influyó en los que en Francia escribieron sobre el particular. Es conocida la importancia que el cenobio ostiense tuvo en la restauración benedictina del siglo XIX: en él emitió la profesión Dom Guéranger, y los hermanos Mauro y Plácido Wolter, que luego establecerí­an la vida monástica en Beuron y Maredsous, pasaron allí­ parte de su perí­odo de formación. También, algunos jóvenes llegaron desde Brasil, con la esperanza de profesar en Roma la Regla benedictina y trasladarse luego a su paí­s, para incorporarse a los monasterios existentes, que no podí­an recibir novicios (17). No es de extrañar, entonces, que en ese plan más vasto de renovación espiritual, desde el monasterio paulino, convertido en una suerte de centro de irradiación del fervor benedictino, se difundiera juntamente la devoción a la medalla de San Benito. De hecho, la representación más popular de la misma es la llamada "medalla del jubileo", diseñada por el monje de Beuron, Desiderio Lenz, el artista inspirador del famoso estilo que lleva el nombre de la "escuela beuronense", y acuñada especialmente para el Jubileo benedictino de 1880. Se celebraba ese año el XIV centenario del nacimiento de San Benito de Nursia, y los abades de todo el mundo se reunieron en Monte Casino, desde donde la imagen se diseminó por todo el mundo.

Una curiosidad bibliográfica es el folleto La santa Cruz de San Benito Abad en México. primera edición castellana por Manuel M de Legarreta. México, Imprenta Guadalupana de Reyes Velasco 1895 que es la traducción castellana de la versión francesa de la obra mencionada del abad de San Pablo, Don Francesco Leopoldo Zelli­-Iacobuzzi. En la Advertencia que la precede, y que se encuentra en la edición francesa, se dice que Dupont, el "santo hombre de Tours", conoció el original italiano, y lo hizo traducir a su lengua. De la sexta edición (1882), se hizo la primera española en México, que es la que conocemos (18). En el Prólogo de ella se relatan los inicios de la devoción benedictina en ese paí­s, debida al celo de un sacerdote, el Padre Domingo Ortiz, desde 1878, y a la "Legión de la Santa Cruz de San Benito Abad", que el Papa León XIII reconoció con Breve del 20 de diciembre de 1895. Es interesante esta implantación de la devoción, que es anterior en unos 20 años a la llegada de los benedictinos a México.

Como se puede apreciar por las iniciales distribuidas en la cruz, a esta, el texto de la plegaria la acompaña siempre, y a la vez es una ayuda para la recitación de la misma. El texto latino se compone -después del tí­tulo: Crux Sancti Patris Benedicti (C.S.P.B.) - de tres dí­sticos, que encierran una invocación a la Santa Cruz, con el deseo suplicante de tenerla como guí­a y apoyo, y la expresión del rechazo a Satanás, a quien se manda que se aparte - con las palabras de Jesús, cuando fue tentado por él (Mt. 4,10) -, manifestando que no va a escuchar sus sugerencias, pues es malo lo que ofrece. Es una auténtica confesión de fe y de; amor a Cristo, y una renuncia al diablo.

El bautismo y la cruz

Notemos que en este breve texto, la victoria sobre el demonio se atribuye a la cruz de Jesucristo, que es luz y guí­a para el fiel, y que se opone al veneno y a la maldad del tentador. Es un eco de la consagración bautismal, donde se impone la cruz al neófito, quien es lavado con el agua de la regeneración y recibe la luz del Señor Resucitado; pronuncia también las palabras de renuncia al demonio y confiesa la fe.

Por ello, el cristiano que lleva la medalla no lo hace con una preocupación supersticiosa por apartar los malos espí­ritus, sino consciente que es. por la presencia del Señor Jesucristo y una vida conforme a la gracia, como habrá de mantener alejado al diablo y sus tentaciones. El fruto de esta devota práctica, la protección de Dios, se alcanza con una vida que sea respuesta coherente al Evangelio. Donde está la gracia divina, no se puede aproximar el demonio. Pero el combate contra las asechanzas y tentaciones diabólicas no le va a faltar al fiel, pues el Maligno quiere impedir su camino hacia Dios. Es entonces que la oración, la señal de la cruz, la invocación de Cristo Nuestro Señor y de los santos, son necesarios. Escribe Dom Guèranger: No es preciso explicar largamente al cristiano lector la fuerza de esta conjuración, que opone a los artificios y violencias de Satanás aquello que le causa el mayor temor: la cruz, el santo nombre de Jesús, las propias palabras del Salvador en la tentación, y en fin, el recuerdo de las victorias que el gran Patriarca San Benito obtuvo sobre el dragón infernal (1).

El ejemplo de San Benito

El origen de la Cruz de San Benito podría ir más allá del Monje-Patriarca de Occidente, atribuyéndose con certeza al mismo santo y a otros Misterios Católicos. Más adelante veremos las circunstancias históricas en que aparece y se difunde esta devoción. Pero su sentido es profundamente coherente con la espiritualidad que inspiraba al Padre de los monjes de Occidente y que este supo trasmitir a sus hijos. La vocación a la vida eterna es la llamada de Dios a la salvación en Jesucristo, y esa llamada espera una respuesta, no solo con los labios, sino con el corazón. En la Regla escrita para sus monjes, San Benito dejó su enseñanza: Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oí­do de tu corazón; recibe con gusto el consejo de un padre piadoso, y cúmplelo verdaderamente. Así­ volverás por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien te habí­as alejado por la desidia de la desobediencia (2). El "trabajo de la obediencia" es la respuesta solicita del que ama a Dios y hace su voluntad; es el fruto de la caridad, del amor generoso y desinteresado. La desobediencia es el resultado de la tentación en el Paraí­so, donde el demonio sugirió a Adán y Eva que hicieran su propia voluntad, satisfaciendo sus deseos y sus aspiraciones de poder. Ese pecado de nuestros primeros padres dejó su consecuencia en todos sus descendientes, y aunque el sacrificio de Cristo nos reconcilió con el Padre de los cielos, somos siempre deudores suyos y nacemos con la mancha original. El bautismo nos limpia del pecado original, nos hace hijos de Dios y nos da la vida de la gracia. La vocación del cristiano nace en el bautismo, y de esta manera tiene la fuerza para resistir al diablo, si es fiel y consecuente con los dones recibidos. Pero justamente necesita responder a esa vocación y a los dones de Dios, con amor filial y con sus obras, sin lo cual podrí­a ser presa de las malas tentaciones. El demonio, si bien ha sido derrotado, tiende todaví­a sus asechanzas, y encuentra muchas veces en nosotros un oí­do que se deja seducir. Por eso San Benito nos exhorta a no atender a esa voz que nos sugiere cosas malas, y escuchar más bien la que nos viene de Dios, en el Evangelio y en toda la Escritura, en la Iglesia, en la oración, y a través de maestros experimentados en las ví­as del espí­ritu.

Es ante todo de esta manera que debemos considerar la protección contra el demonio, que Dios nos presta por la intercesión de sus santos. Satanás será menos fuerte contra los que viven en la comunión con Dios y se esfuerzan por obrar el bien. Y ello se debe a la virtud del Bautismo, del cual procede la vida del cristiano y donde nace y se desarrolla la vocación a la perfección y a la vida monástica. Escribe un autor: Quienquiera ... se lance resueltamente a la búsqueda de las realidades sobrenaturales, sentirá muy pronto que en él se enfrentan Dios y el diablo. Todo compromiso por Dios conlleva, pues, la necesidad de armarse contra el ángel caí­do. Esto es claramente visible desde el primer compromiso cristiano, que sanciona el sacramento del Bautismo: la renuncia a Satanás va junto con el ingreso en la Iglesia (3).

El signo de la cruz y la protección contra el demonio en la vida de San Benito

Con este signo de salvación, San Benito se libró del veneno que unos malos monjes le ofrecieron: Cuando fue presentada al abad, al sentarse a la mesa, la vasija de cristal que contení­a la bebida envenenada para que la bendijera, según costumbre en el monasterio, Benito, extendiendo la mano, hizo la señal de la cruz y con ella se quebró el vaso que estaba a cierta distancia; y de tal modo se rompió, que pareí­a que a aquel vaso de muerte, en lugar de la cruz, le hubiesen dado con una piedra. Comprendió en seguida el varón de Dios que debí­a contener una bebida de muerte lo que no habí­a podido soportar la señal de la vida (4). El episodio, según el relato gregoriano, debió inspirar las palabras del exorcismo referidas a la bebida que ofrece el Maligno, así­ como la protección atribuida a la señal de la cruz.

Los ataques del demonio también se dieron contra el abad de Casino y sus monjes: el "antiguo enemigo", muy contrariado por la conversión de los paganos de la región, atraí­dos por la predicación del Santo, se presentaba a sus ojos para amenazarlo y atemorizar a los suyos: Pero el antiguo enemigo, no sufriendo estas cosas en silencio, se aparecí­a no ocultamente o en sueños, sino en clara visión a los ojos del padre, y con grandes gritos se quejaba de la violencia que tení­a que padecer por su causa, tanto que hasta los hermanos oí­an sus voces, aunque no veían su imagen. Sin embargo, el venerable abad contaba a sus discí­pulos que el antiguo enemigo aparecí­a a sus ojos corporales horrible y encendido y que parecí­a amenazarle con su boca y con sus ojos llameantes. Y a la verdad, lo que decí­a lo oí­an todos, porque primero le llamaba por su nombre; y como el varón de Dios no le respondiese, prorrumpí­a en seguida en ultrajes contra él. Así­, cuando gritaba, diciendo: "Benito, Benito", y veí­a que le daba la callada por respuesta, añadí­a al instante: "Maldito y no Bendito ¿qué tienes conmigo? ¿Porqué me persigues? (5). Estos ataques directos, estos combates encarnizados con el demonio, son una constante en la vida de San Benito, que le proporcionó con ellos ocasiones de nuevas victorias, como dice San Gregorio poco después.

Ya en el comienzo de la permanencia en Subiaco, el demonio rompe la campanilla de que se serví­a el monje Román para avisar a nuestro Santo cuando debí­a retirar sus alimentos (6). Leemos también que el demonio, en forma de una ave negra, le provoca terribles tentaciones al mismo Benito (7), y a otro monje lo distrae de la plegaria, llevándolo a vagar (8). A un hermano lo lleva a mostrarse soberbio, ganado por los malos pensamientos que el demonio le sugiere; significativamente, Benito, advirtiendo su turbación, le manda: Traza una cruz, hermano, sobre tu corazón (9). Inspira al presbí­tero Florencio que, celoso, hostigue a Benito y sus discí­pulos (10), y siempre buscó dificultar la vida del monasterio, tanto en lo material, como en lo espiritual, suscitando inconvenientes de todo tipo, como la muerte de un adolescente (11).

Estos episodios, relatados por el Papa San Gregorio, muestran de qué manera San Benito combatí­a con el demonio, el cual lo atacaba constantemente, como adversario de toda obra buena. Un encuentro con el demonio ilustra lo dicho: Yendo un dí­a el santo al oratorio de San Juan, sito en la misma cumbre del monte, salióle al encuentro el antiguo enemigo bajo la forma de un albéitar (o médico), llevando un vaso de cuerno con brebajes. Como Benito le preguntara adónde iba, él le contestó: "me voy a darles una poción a los hermanos". Fuese entonces el venerable padre a la oración, y concluida ésta, volvió inmediatamente. El maligno espí­ritu, por su parte, encontró a un monje anciano sacando agua, y al punto entró en él y lo arrojó en tierra, atormentándole furiosamente. Al volver de la oración el varón de Dios, viendo que era torturado con tal crueldad, dióle tan sólo una bofetada y al momento salió el maligno espí­ritu, de suerte que no osó volver más a él (12).

Su mejor defensa era, con la oración, la fidelidad al Señor y la confianza en El, la caridad, la constancia en el bien, la práctica de la justicia. Una vida santa, por una parte, provoca la enemistad del demonio, mas por la otra, es la mejor defensa contra él, pues donde está Dios por la gracia, no puede entrar a dominar el terrible enemigo

 
 
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