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  :: La Santa Cruz de San Benito lo salvó de un envenenamiento :: 24-11-2024 04:15 (UTC)
   
 

La Santa Cruz de San Benito lo salvó de un envenenamiento !

El signo de la cruz y la protección contra el demonio en la vida de San Benito

Con este signo de salvación, San Benito se libró del veneno que unos malos monjes le ofrecieron: Cuando fue presentada al abad, al sentarse a la mesa, la vasija de cristal que contení­a la bebida envenenada para que la bendijera, según costumbre en el monasterio, Benito, extendiendo la mano, hizo la señal de la cruz y con ella se quebró el vaso que estaba a cierta distancia; y de tal modo se rompió, que pareí­a que a aquel vaso de muerte, en lugar de la cruz, le hubiesen dado con una piedra. Comprendió en seguida el varón de Dios que debí­a contener una bebida de muerte lo que no habí­a podido soportar la señal de la vida (4). El episodio, según el relato gregoriano, debió inspirar las palabras del exorcismo referidas a la bebida que ofrece el Maligno, así­ como la protección atribuida a la señal de la cruz.

Los ataques del demonio también se dieron contra el abad de Casino y sus monjes: el "antiguo enemigo", muy contrariado por la conversión de los paganos de la región, atraí­dos por la predicación del Santo, se presentaba a sus ojos para amenazarlo y atemorizar a los suyos: Pero el antiguo enemigo, no sufriendo estas cosas en silencio, se aparecí­a no ocultamente o en sueños, sino en clara visión a los ojos del padre, y con grandes gritos se quejaba de la violencia que tení­a que padecer por su causa, tanto que hasta los hermanos oí­an sus voces, aunque no veían su imagen. Sin embargo, el venerable abad contaba a sus discí­pulos que el antiguo enemigo aparecí­a a sus ojos corporales horrible y encendido y que parecí­a amenazarle con su boca y con sus ojos llameantes. Y a la verdad, lo que decí­a lo oí­an todos, porque primero le llamaba por su nombre; y como el varón de Dios no le respondiese, prorrumpí­a en seguida en ultrajes contra él. Así­, cuando gritaba, diciendo: "Benito, Benito", y veí­a que le daba la callada por respuesta, añadí­a al instante: "Maldito y no Bendito ¿qué tienes conmigo? ¿Porqué me persigues? (5). Estos ataques directos, estos combates encarnizados con el demonio, son una constante en la vida de San Benito, que le proporcionó con ellos ocasiones de nuevas victorias, como dice San Gregorio poco después.

Ya en el comienzo de la permanencia en Subiaco, el demonio rompe la campanilla de que se serví­a el monje Román para avisar a nuestro Santo cuando debí­a retirar sus alimentos (6). Leemos también que el demonio, en forma de una ave negra, le provoca terribles tentaciones al mismo Benito (7), y a otro monje lo distrae de la plegaria, llevándolo a vagar (8). A un hermano lo lleva a mostrarse soberbio, ganado por los malos pensamientos que el demonio le sugiere; significativamente, Benito, advirtiendo su turbación, le manda: Traza una cruz, hermano, sobre tu corazón (9). Inspira al presbí­tero Florencio que, celoso, hostigue a Benito y sus discí­pulos (10), y siempre buscó dificultar la vida del monasterio, tanto en lo material, como en lo espiritual, suscitando inconvenientes de todo tipo, como la muerte de un adolescente (11).

Estos episodios, relatados por el Papa San Gregorio, muestran de qué manera San Benito combatí­a con el demonio, el cual lo atacaba constantemente, como adversario de toda obra buena. Un encuentro con el demonio ilustra lo dicho: Yendo un dí­a el santo al oratorio de San Juan, sito en la misma cumbre del monte, salióle al encuentro el antiguo enemigo bajo la forma de un albéitar (o médico), llevando un vaso de cuerno con brebajes. Como Benito le preguntara adónde iba, él le contestó: "me voy a darles una poción a los hermanos". Fuese entonces el venerable padre a la oración, y concluida ésta, volvió inmediatamente. El maligno espí­ritu, por su parte, encontró a un monje anciano sacando agua, y al punto entró en él y lo arrojó en tierra, atormentándole furiosamente. Al volver de la oración el varón de Dios, viendo que era torturado con tal crueldad, dióle tan sólo una bofetada y al momento salió el maligno espí­ritu, de suerte que no osó volver más a él (12).

Su mejor defensa era, con la oración, la fidelidad al Señor y la confianza en El, la caridad, la constancia en el bien, la práctica de la justicia. Una vida santa, por una parte, provoca la enemistad del demonio, mas por la otra, es la mejor defensa contra él, pues donde está Dios por la gracia, no puede entrar a dominar el terrible enemigo.

 

 
 
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